Enrique Molina Garmendia fue, durante la primera mitad del siglo XX, uno de los educadores más lúcidos de su tiempo. Entendió completamente el significado esencial que tenía la educación para el desarrollo y progreso de los países, especialmente de los pueblos iberoamericanos. Conoció a fondo la teoría y la práctica educativa, a través del estudio erudito de los autores y de la investigación visual que hizo en Europa, Estados Unidos e Iberoamérica de los sistemas educativos vigentes. Hizo un ímprobo esfuerzo para llevar a la práctica estos planteamientos en su calidad de profesor, rector de Liceo y Rector fundador de la Universidad de Concepción y como Ministro de Educación. Su vida la dedicó por entero al magisterio. Escribió obras en las cuales expuso sus planteamientos y esperanzas. Ejercitó reformas que en su tiempo eran inconcebibles, como la coeducación, la educación obligatoria, la extensión universitaria, la ayuda al estudiante, etc. Fue un MAESTRO con mayúscula, en todo el sentido de la palabra. La gente de su tiempo así lo comprendió plenamente y por eso llevó su figura y obra al bronce, como testimonio de venerable ejemplo para las futuras generaciones.